Pocas series españolas han conseguido un éxito similar y con un argumento tan de andar por casa traumatizándonos cada Martes por la noche durante cinco años. Un médico de familia, Nacho Martín, viudo, con tres hijos pequeños y un sobrino problemático a su cargo, su padre jubilado y una asistenta además de un chalet adosado y un coche( cómo un médico de la seguridad social podía permitirse algo así?… aun no había Euro claro) vivían aventurillas cotidianas con moralejas de catequesis en casi cada capítulo que nos enseñaban y daban ejemplo de como ser mejor persona en las que se trataban temas como la integración, la homosexualidad o la anorexia en modo preescolar. Todo fue más o menos bien hasta que el inesperado éxito de la serie se les fue de las manos y tanto actores como espectadores comenzaron a padecer con encasillamientos ( el pobre Antonio Molero sufrió un nuevo caso «Chanquete» con su entrañable personaje del «Poli», que luego continuó en Los Serrano con «Fiti») y con giros argumentales cada vez más truculentos como el caso de la supuesta violación de Inés, una amiga del sobrino que se inventa lo de la violación para ocultar su anorexia; la redención del «Rulas» un macarra sensible que acaba trabajando en una gasolinera; el primer porro de Chechu, el niño pequeño y regordete que decía «aguelo» en vez de abuelo; la tensión sexual entre Nachete y su cuñada a lo largo de toda la serie; las travesuras del señor Manolo, el abuelo jubilado, con la Juani, la asistenta que resultaban de alto contenido casposo tanto metafórico como literal pero que siempre se resolvían sin mayores consecuencias; el traslado del buen doctor al samur para darle más vidilla y un toque grunge a la serie en las últimas temporadas o la muerte de Marcial, el entrañable y algo simple celador del ambulatorio que fue la gota que colmó el vaso de una generación de espectadores inocentes. Todo ello unido a una taladrante melodía inicial dio como resultado una de las series más traumatizantes de nuestra historia reciente.