Paseando por la cubierta de botes de un trasatlántico mientras disimulaba ventosidades con cara de haberse bebido el agua de las aceitunas, Rose sustrajo a porfía el cuaderno con los dibujos homoeróticos que Jack acarreaba siempre y sentándose en un banco en el que alguien había grabado con un cuchillo: «amor varonil aquí» y un número de teléfono, Rose comenzó a hojear ávidamente el trabajo de aquel pordiosero que la noche anterior la había salvado de una muerte segura al impedir que cayera por la borda al tratar de ver las hélices siendo recompensado con dos cigarrillos Ducados y un billete de veinte leuros. Rose contemplaba aquellos blancos pliegos y no paraba de repetir asombrada: «Vaya son buenos… Son bastante buenos…»
Entonces Jack le replicaba que no habían gustado mucho en el viejo París. Le indicó el borrador de uno de ellos en el que había plasmado el retrato de un viejo conde transilvano que iba todos los días al bar para echar la quiniela, hablar de Top Gun y contarles como se jugaba al «Ay que te pillo». Siempre iba acompañado de un niño aunque luego descubrimos que era un enano chileno y que era mayor de edad, ya que dudábamos que aquel conde fuera según la clasificación de Hirschfield un andrófilo o tal vez de un efebófilo, pero tan sólo era un depravado que afirmaba: «Si hay pelito no hay delito». Aquel enano chileno, esta bien Rose, persona con acondroplasia chilena llamado Jose Luis Ripollez, me explicó en qué consistía «el beso de Poseidon» mientras se dirigía a mí como «weón culiao» y me entregó una encuesta a cuyo contenido contesté siempre con la opción «C». El caso es que aquel viejo conde transilvano se sentaba en la barra todos los días con sus ropas raídas y su compañero enano chileno conche tu mare esperando a su amante perdido, un escritor fantasma inglés que al parecer lo abandonó por una oveja.
Rose permaneció embelesada y tras unos instantes de duda preguntó a su interlocutor si le enseñaría a jugar al Ay que te pillo y Jack le prometió que lo haría.
Entonces Rose se fijó en un dibujo que se repetía del anciano desnudo y le preguntó a Jack si había tenido un romance con aquel conde a lo que éste respondió que sólo con una parte de su anatomía ya que como podía apreciar, tenía unas alas preciosas, lo que hizo que Rose y él dijeran a la vez: «Quién la pillara».

Horas después, cenaron en primera clase, Jack dibujó a Rose como a su amado conde transilvano en un estilo que los historiadores del arte clasificarían como «Pre-rafaelista», luego bajaron a las calderas a jugar al Ay que te pillo en un Renault último modelo y cuando Jack le había robado a Rose un valioso collar que su prometido pijo le había regalado recibieron la noticia de que el barco se iba a pique.
Buen humor para una post Nochebuena nada buena.
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Jajajajaja, siempre había dudado de esta historia tan romántica que nos habían contado, los dos eran de armas tomar, y solo la lujuria y el deseo carnal los había unido en un momento fugaz y un tiempo algo inapropiado. Me encantó tu versión de la historia.
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He llorado por el amor de esos desdichados entregados a la pasión, el infortunio del enano aweonao de Chilito, a quien con gusto le sacaría la xuxa a puras chupas de sapiolo, la concha de su mare. Y c-b-d-d-d-c, si bien algunas cuestiones son inexactas, pues hay enanos chiquitos que si se les empuja lo suficiente caben en cualquier lado, siendo «empuja» el punto clave, o klabe.
Ay el anciano, ignoro si se trata del Feliciano que me regalaba flores en mi mocedad para después mostrarme, con atrevimiento y sin pudor, sus partes embadurnadas en mermelada de higos mientras obsequiaba a todo el que quisiera verlo con una danza subida de tono que evocaba los tiempos de la virtud española, ya en decadencia.
Qué hermosa historia, ojalá que el barco salga a flote (los enanos gorditos flotan si no se les toca el ombligo) y haya una segunda parte donde el amor siga siendo la verbalización de las palabras más sentidas.
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Netflix la va a llevar al cine protagonizada por Jordi Mollá en el papel de conde transilvano sin acento bogotano esta vez y Jordi el niño Molla haciendo de Jose Luis Ripollez. Todos hemos conocido a algún Feliciano con el que hemos jugado al ay que te pillo y me permito terminar con un: ¡Viva Chile mierda!
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