«Para todo mal mezcal y para todo bien también»
Proverbio gozeriano
AVISOS DE CONTENIDO:
1- +18 (Contenido adulto, contenido sexual, homoerótico y alusión a tener calocha, algo de drogas también).
2- Violencia explicita (contenido sangriento, violencia verbal contra enanos).
3- Violencia sexual (abusos, violación o menciones).
4- Suicidio de un oficial romulano (o tal vez mención implícita).
A pesar de que todo nos conduce al aburrimiento, la obesidad y la falta de objetivos; la realidad no es más que la oscilación entre el determinismo y la contingencia. Lo aprendí la noche en la que conocí al conde mientras me encontraba en un gran estado de estrés tras haber decidido meterme a estudiar derecho y aceptado que un pie gigante acabaría por aplastarme además de comprometerme a participar en un reto de escritura creativa junto a los mayores talentos literarios de mi generación. No era sencillo ser una persona de baja estatura, persona acondroplásica si preferís, o «enano puto» como me llamaba todo el mundo, Nerd de El Señor de los Anillos y Star Wars o Trek que pretendía encontrar inspiración para escribir una historia en la que se mezclase, sin caer en estereotipos ni excesivos plagios, la versión de un villano de cuento (no necesariamente homoerótico pero sí recomendable) con una deidad entre humanos y una historia sobre reencarnación.

Aquella noche era una más en el Tech Noir, mala música electrónica y subnopop, alcohol barato y peleas que terminaban en tiroteos con uzis de nueve milímetros. Me sentía como Frodo en Torech Ungol y nada más llegar pude observar la concurrencia habitual con la que solía alternar en la barra. Auri Lizundia que discutía vehementemente con Raúl y Flipe sobre temas hermenéuticos y antropolokos. Un oficial romulano y terrorista multidisplinar, que afirmó bastante harto con ese acento melancólico de toda persona disgustada por la vida que el típico cuñao de turno, le hiciera el chiste (diciendo: «pero siempre desde el cariño eh» y esta expresión era el auténtico cuñadismo): «¡Ah!, ¿tú que eres, romulano?… Pues agárramela con la mano».

Un polo de fresa con trastorno esquizoide hebefrénico que no hablaba demasiado pero cuando lo hacía exponía la premisa del Hipólito de Eurípides según la cuál, el libertinaje de Teseo era responsable del ascetismo del hijo contribuyendo a desencadenar la tragedia que los aniquilaba a todos y un simio autista con sobrepeso (un primate en el espectro con un índice de masa corporal superior a la media si preferís) que, en ocasiones afirmaba haberse reencarnado tras una apoteósis inusitada, en el dios Matshishkapeu aunque yo siempre sospeché que lo que padecía era un serio e incontrolado problema de aerofagia. Era en aquellas circunstancias cuando me encomendaba a dicha deidad hecha simio con más denuedo puesto que según tenía entendido, la inspiración era un gas intestinal que por error subía hasta el cerebro y ahí se quedaba.
Cuando me acomodé en mi sitio habitual para pedir un ruso blanco, aunque al final acabara pidiendo un mezcal, en un taburete de patas altas al que tenía que pedir ayuda para subir en una esquina de la barra fue cuando lo conocí. Me dio la terrorífica impresión que sentía al ver el anuncio de Gucci de Jared Leto unida a ese temor infantil que se experimenta por la noche cuando se tiene que recorrer un pasillo a oscuras para levantarse a hacer un pis. Se trataba de un hombre enjuto de edad indeterminada y parecía tomarse un brandy Alexander. Se ofreció amablemente a ayudarme mientras me agarraba con más entusiasmo del que me gustaría y me olía el pelo con profundas aspiraciones. Me dijo que era un conde transilvano que acababa de llegar a la ciudad en un buque llamado Démeter.
Aquel hombre resultó tener una conversación interesante, según pude saber, yo le recordaba a cuando conoció a Lewis Carrol y a James Mattew Barrie en un club de caballeros de Londres mientras relataban sus experiencias jugando al «Ay que te pillo» con enanos mayores de edad que parecían niños de entre seis y diez años que con sus manitas rechonchas y enormes corazones los reconfortaban con ingentes cantidades de amor; también me confesó que su película favorita era Top Gun y que había trabajado como asesor de Brad Pitt en Entrevista con el vampiro.
Tras unos instantes de desconcierto por mi parte en los que lo miré con la incredulidad de un apoplégico, el viejo conde afirmó en medio de una carcajada cruel, seca e hiriente que su «negro» o escritor fantasma si preferís llamado Jonathan Harker había terminado, después de más de quince revisiones, el primer borrador de una neo–novelette experimental, no lineal de ochocientas páginas que pretendía ser un retelling de la pinícula A Ghost Story titulado: A Yugo Story escrita en inclusiver; una atípica variedad del lenguaje inclusivo en el que todas las terminaciones inpendientemente del género o la categoría gramatical de las palabras terminaban en «e» para no ofender o discriminar a ningún colectivo y así curarse en salud.
Por lo que pude deducir mientras ojeaba el borrador y el viejo conde me explicaba la sinopsis me recordó bastante a una obra de culto del género fantástico-juvenil titulada Rebelión Roja tanto por su originalidad, su homoerotismo así como por su gran cantidad de errores ortotipográficos en el que un Yugo modelo cuarenta y cinco permanecía eones aparcado en el mismo sitio cuan máquina del tiempo orweliana siendo testigo mudo de las numerosas reencarnaciones, punzadas, estornudos, errores de dicción, hilarantes pérdidas de equilibrio, lapsos de memoria, inhalación de éter y cambios socieconómicos que tenían lugar terminando en un climax previamente anunciado el veintinueve de agosto del año dos mil veintinueve con la toma de consciencia de Skynet.
En aquel momento de estupor y temblores fui consciente del escaso talento de aquel adorable conde transilvano que sólo aspiraba a la autopublicación y me di cuenta de estar escuchando La calocha, famosa tonada que solían poner en el Tech a aquellas horas. Me recordaba, guardando las distancias y sin ese toque de sutil elegancia que provocaba tantos sofocos, a la magna obra literaria de ficción histórica Canto al amor, que acababa de terminar de leer aunque me resistía a imaginar a Doña Urraca teniendo calocha. Justo en aquel instante se produjo el suceso que marcaría la noche e inspiraría al fin estas líneas. El repentino tiroteo entre lo que parecía un Cyberdine Systems modelo 101 con un sargento de la resistencia perteneciente al batallón Nº 132 que protegía a una chica con cardado Cyndy Lauper mientras le decía: «Come with me if you wanna play ay que te pillo».
Las balas silbaban a mi alrededor y en menos de de lo que el simio autista con sobrepeso (primate en el espectro con un índice de masa corporal superior a la media si preferís) de la barra tardaba en liberar una ventosidad mal disimulada el viejo conde transilvano saltó de su asiento con la intención de protegerme con su cuerpo al mismo tiempo que ponía en práctica sin mucho disimulo aquello que me había explicado sobre jugar al ay que te pillo. Recuerdo que en el fragor del tiroteo mientras el viejo conde transilvano me protegía, e incluso yo diría que acabó metiéndome la puntica y todo acababa con homoerótico resultado, tuve una suerte de revelación; algún tipo de epifanía que provocó un estallido mental en mil impulsos disonantes. Nadie salió herido, como en El equipo A, por cierto.
En aquel momento me sentí renacer como si me hubiera reencarnado en una versión mucho menos mediocre de mí mismo y decidí que ya no me metería a estudiar derecho y escribiría aquel relato sin mucho entusiasmo ni esfuerzo en una vana tentativa de salir de la ciénaga de degradación en la que me iba hundiendo día a día. Así que, llegué a la cándida conclusión de que un instante puede hacerte consciente como a Skynet de la realidad en la que un pie gigante acabará aplastándote o que ésta no es más que un camino de entropía, decadencia y a un final inevitable. Buscad la inspiración, tal vez no resuelva nada pero lo empieza todo.