Lembranza


Parte del viaje a Marte de la nave Aniara, día trigesimoséptimo,

Técnico cualificado número de serie 6984000:

Las ráfagas del viento solar sacuden entre aullidos el casco de la nave como si lloraran. Hoy ha muerto un poeta durante la sesión con la mima. Era una de las mejores plumas del siglo que había logrado cultivar su talento hasta alcanzar la inmortalidad. Un hombre anciano que, al contrario de otros muchos, jamás buscó que se le conociera o se le reconociera por sus versos y al que la fama sorprendió sin quererlo. Aquel hombre nos pidió si podíamos hacerle recordar el momento más feliz de su vida antes de, según sus propias palabras, «ser deportado al otoño de Hades». El momento en el que le confesó al amor de su vida lo que sentía. A nosotros nos sorprendió aquella petición puesto que no teníamos por costumbre programar ese tipo de sesiones debido a que exigían una gran cantidad de esfuerzo y energía tanto por parte de la mima como de la persona interesada. Ésto podía resultar peligroso y sólo se llevaba a cabo en casos excepcionales; aquel era uno de ellos.

Tras tomar todas las medidas de precaución necesarias, la mima fue programada y el poeta acomodado en el suelo acolchado de la gran sala de los recuerdos para empezar con el proceso de «recuperación y experimentación», su nombre técnico.

Al cabo de unos instantes en los que la mima pareció resistirse por el esfuerzo al que era sometida comenzaron a reflejarse en la bóveda de la habitación unas imágenes que se iban aclarando a medida que la mima procesaba toda la información.

Dos adolescentes que se encontraban en lo que parecía una biblioteca anterior a la época pregoldrónica temblando en medio de una ternura desmedida. El chico sacaba un papel mal doblado y leía de forma entrecortada lo que parecían ser unos versos que hablaban sorbe imágenes de una primavera remota mientras la chica lo escuchaba emocionada conteniéndose para no llorar. Al terminar se miraban y tras unas breves palabras la chica asentía y se besaban. Sentían ese vértigo inefable que sólo perciben aquellos que caminan más allá de sí mismos aquellos que son demasiado débil para tal dicha.

En aquel momento el fonoglobo principal de la mima emitió una estridente señal de alarma que se producía, según el manual, al no poder procesar empáticamente el recuerdo debido a su intensidad o fuerza provocando su reinicio y dicho recuerdo fue el momento en que la belleza de un poema nos eleva fuera de nosotros mismos.

Algo parecido le ocurrió al anciano poeta cuyo cuerpo sufrió algo similar de forma que su corazón colapsó y sencillamente dejó de latir. Antes del momento postrero, alcanzó a susurrarme su último poema, con una sonrisa de plenitud y agradecimiento. Algo así como: «Recuerdo aquel tiempo pretérito, cuyas leyes están muertas y cuyos prados quemó el tiempo partiendo en un pequeño navío hacia incierto destino».

Informe de novedades al turno siguiente

Fin del servicio.

Objetivos Reto estrellas de tinta 2023:

3, 33, 27

3- Narra un suceso chocante o emocional desde la perspectiva de un robot que no entiende de sentimientos ni empatía.

33- Haz un relato en el que dos personas están de viaje.

27- Relata una escena que suceda en una biblioteca.

Shadows & Sand


Foto de LYS

En el teatro de su derrota, la noche desplegó sus alas blancas y voló hasta que el corazón del poeta quedando abandonado y solo. Mientras bebía la cicuta a pequeños sorbos escribió sus últimos versos: «Navegas en sombras y luces sobre la arena».

Un romance espacial


En Vietnam los llamaban «Tengu», aunque en la frontera con Camboya, dónde patrullábamos, se referían a ellos como «Tai Lay», espíritus que te matan mientras duermes. Unos entes de las sombras que se alimentaban de la maldad y que perseguían a aquellos en los que predominaba su ángel malo.

Aquella noche, al entrar en casa del viejo Peabody, había vuelto a tener esa sensación heladora como la que sentí a los diecinueve en aquella selva y bajo la misma luna. Un trance casi cataléptico en el que entré poco después de que me hirieran cuando los gooks atacaron la base de tiro de Burt y una colmena que lanzaban los nuestros sin importar a quien alcanzaba me voló el culo y me mandó a casa, eso me salvó. Me sentía frágil, como Holden Cauldfield, al verme decían que tenía la mirada de los mil metros pero yo sabía que era otra cosa. Tenía miedo de convertirme en el fantasma.

El viejo Peabody era un siniestro granjero que había combatido contra los japos en Okinawa y tenía la estúpida idea de plantar pinos. Vivía a las afueras del pueblo con su mujer Sara que era la boticaria aunque muchos en el pueblo decían que también era una bruja y no en el mal sentido sino una de verdad aunque en los pueblos pequeños siempre hay habladurías.

Lo llamábamos el fantasma porque siempre parecía ir flotando sigilosamente con la mirada perdida y nos daba un miedo terrible. Recuerdo que estaba obsesionado con que los alienígenas habían llegado a la Tierra en el 47 y controlaban el gobierno así como todas las instituciones por medio de la comida rápida. En ocasiones gritaba por la calle que si no hacíamos lo que ellos querían nos derretirían el cerebro. Nuestros padres nos decían que lo dejáramos en paz ya que solíamos burlarnos de él y hacerle todo tipo de travesuras para demostrar lo valientes que éramos. Creían que se comportaba así por algo que le había pasado en la guerra, algo que a todos nos era extraño, y hasta aquella noche en la que me hirieron no logré entender. Las sombras que había conocido me perseguían y habían vuelto conmigo. Tantos años después, seguían empujándome hasta convertir mi vida en oscuridad. Sabía lo que eso significaba, lo había visto en la selva y eso me aterrorizaba.

Aquella noche recibimos una llamada en la oficina del Sheriff mientras dormitábamos en nuestros escritorios. Una voz rota de anciano, susurraba aterrorizada que lo habían encontrado, repitiendo la misma frase una y otra vez hasta que la comunicación se cortaba. Lo reconocí de inmediato y avisé a Murphy, mi compañero novato que acababa de llegar de Detroit, para dirigirnos allí.

La casa del viejo Peabody estaba apartada y era de estilo colonial holandés, como muchas de Nueva Inglaterra. No tenía nada de particular excepto las ventanitas del último piso que parecían dos pequeños ojos aviesos que te observaban desde las alturas.

Cuando entré en la casa, la televisión seguía dando la noticia sobre la liberación de los rehenes en la embajada de Irán y en ese mismo momento se fue la luz así que encendí la linterna que llevaba en el cinto.

Las escaleras quedaban justo enfrente de la puerta de entrada y comencé a subirlas guiado por una extraña sombra que había visto desde fuera y la cual me pareció ver en el último piso. A medida que ascendía, una intensa sensación de frío se iba apoderando de mí de tal forma que empecé a expulsar vaho por la boca y la nariz.

Recuerdo la bañera en el piso de arriba. Al caer, el agua golpeaba gota a gota en la superficie turbia mientras el murmullo del eco se expandía por la habitación. ¿Qué demonios había pasado?. En ese momento me percaté de que algo me observaba mientras escuchaba a mi compañero intentando calmar a la perra que ladraba fuera de sí en el jardín.

La habitación de matrimonio estaba desordenada, iluminé la mesilla de noche y pude ver un ejemplar de Romance espacial de George McFly aunque no sé porque recuerdo ese detalle. Al entrar en el baño de la habitación y alumbrarlo con la linterna vi la escena. Los cadáveres llacían ensangrentados, parecía como si se hubieran matado entre ellos y la extraña sensación de sentirme observado aumentó cuando descubrí una palabra incompleta escrita en el suelo: «Teng…». El viejo Peabody sostenía entre sus manos un libro que parecía antiguo y que, tras alumbrarlo con la linterna, observé que estaba escrito en latín. Su título era:  In omnibus requiem quaesivi[1], y todo parecía un ritual de brujería o algo similar pero no para invocar a los malo espíritus sino para librarse de ellos.

La luz de la luna llena que entraba por la ventana y reflejaba las sombras en movimiento de las sucias cortinas manchadas de sangre. En ese momento noté algo, no sólo me observaba, podía sentir que estaba allí. Fuera, el perro ladraba en el jardín e intentaba desesperado escapar mientras mi compañero me gritaba que debíamos irnos, que algo no iba bien.

Asustado, decidí salir de la estancia mareado por el metálico y dulzón olor de la sangre para esperar a los forenses en el piso de abajo. A medida que bajaba las escaleras y me acercaba al salón sentía que estaba a punto de desmayarme. Algo me observaba y me quedé paralizado por el terror, sin poder casi respirar o incluso gritar.

Tras recuperar la compostura al pensar que todo aquello era producto de mi imaginación o cosa de magia, percibí por el rabillo de ojo una sombra furtiva que descendía por las escaleras a lo que probablemente era el sótano.

Turbado, me asomé por la puerta entreabierta entornando la mirada para adaptarme a la penumbra. Lo único que se veía allí abajo era la oscuridad, una profunda y casi sólida oscuridad que me observaba fíjamente. Fue aquella oscuridad y no los cadáveres lo que me hizo salir huyendo de la casa.

Escrito para el reto Estrellas De Tinta 2023

Link con las normas del reto:

https://plumakatty.blogspot.com/2022/12/reto-de-escritura-creativa.html

Objetivos:

1 – Basa tu relato en que los alienígenas existen y están entre nosotros; el descubrimiento, la sospecha, el día a día.

38 – Crea un relato relacionado con un grimorio

34 – Haz un relato mágico


[1] Por doquier busque la paz (N. de. t)

Pajaritos de plata


En uno de mis viajes a Irlanda para estudiar túmulos megalíticos, me vi sorprendido por una repentina tormenta que desembocó en una situación increíble. Los miembros de mi equipo se desperdigaron en un bosque cercano y yo me vi de pronto sólo entre los árboles. Decidí sentarme y esperar a que parase la zarracina cuando escuché una voz preguntándome muy ufana: «¿Ya has descansado lo suficiente o vas seguir sentado en mi cara?

Sorprendido, miré hacia abajo y vi un enorme ojo dorado que pestañeaba impasible. Sin poder entender nada empecé a llorar y aquella voz rió estentóreamente. Se llamaba Kyi y era un espíritu de la naturaleza que cobraba forma de gigante humana para canalizar su magia. Había tenido que huir de la tierra de Breogán debido a que un Leprechaun llamado Pablo, la stalkeaba y le dejaba mensajes obscenos en el Tinder. «Algo sórdido» afirmó, pero se ofreció a sacarme de aquel bosque que estaba gobernado por una peligrosa Ni Marbh[1]. Kyi me metió en su escote no sin antes rociarme con unos extraños polvos similares a pajaritos de plata para protegerme y llevarme a un lugar seguro.

Al dejar de llover salió el sol de forma que todo me pareció un sueño. Nunca supe si Kyi me había salvado de la tormenta o si todo fue cosa de una alucinación provocada por mi afición a inhalar éter. Cuando me reuní con mi equipo se extrañaron de que estuviera cubierto de purpurina.


[1] Neamh Mairbh, ser perteneciente a la mitología celta de naturaleza vampírica. En la película Byzantium (2012) se los cita.

Alles


Nos acurrucamos en nosotros mismos y con los ojos muy abiertos contemplamos la noche internándonos en la tiniebla lóbrega, casi opaca, hasta que ya no podemos orientarnos. Todo resulta sumamente misterioso y carente de interés.

A Yugo Story


«Para todo mal mezcal y para todo bien también»

Proverbio gozeriano

AVISOS DE CONTENIDO:

1- +18 (Contenido adulto, contenido sexual, homoerótico y alusión a tener calocha, algo de drogas también).

2- Violencia explicita (contenido sangriento, violencia verbal contra enanos).

3- Violencia sexual (abusos, violación o menciones).

4- Suicidio de un oficial romulano (o tal vez mención implícita).

A pesar de que todo nos conduce al aburrimiento, la obesidad y la falta de objetivos; la realidad no es más que la oscilación entre el determinismo y la contingencia. Lo aprendí la noche en la que conocí al conde mientras me encontraba en un gran estado de estrés tras haber decidido meterme a estudiar derecho y aceptado que un pie gigante acabaría por aplastarme además de comprometerme a participar en un reto de escritura creativa junto a los mayores talentos literarios de mi generación. No era sencillo ser una persona de baja estatura, persona acondroplásica si preferís, o «enano puto» como me llamaba todo el mundo, Nerd de El Señor de los Anillos y Star Wars o Trek que pretendía encontrar inspiración para escribir una historia en la que se mezclase, sin caer en estereotipos ni excesivos plagios, la versión de un villano de cuento (no necesariamente homoerótico pero sí recomendable) con una deidad entre humanos y una historia sobre reencarnación.

Aquella noche era una más en el Tech Noir, mala música electrónica y subnopop, alcohol barato y peleas que terminaban en tiroteos con uzis de nueve milímetros. Me sentía como Frodo en Torech Ungol y nada más llegar pude observar la concurrencia habitual con la que solía alternar en la barra. Auri Lizundia que discutía vehementemente con Raúl y Flipe sobre temas hermenéuticos y antropolokos. Un oficial romulano y terrorista multidisplinar, que afirmó bastante harto con ese acento melancólico de toda persona disgustada por la vida que el típico cuñao de turno, le hiciera el chiste (diciendo: «pero siempre desde el cariño eh» y esta expresión era el auténtico cuñadismo): «¡Ah!, ¿tú que eres, romulano?… Pues agárramela con la mano».

«Oyes Flipe, chato… Si la sociología es la hermana fea del derecho, ¿qué es la antropolgía en esa ecuación?…»

Un polo de fresa con trastorno esquizoide hebefrénico que no hablaba demasiado pero cuando lo hacía exponía la premisa del Hipólito de Eurípides según la cuál, el libertinaje de Teseo era responsable del ascetismo del hijo contribuyendo a desencadenar la tragedia que los aniquilaba a todos y un simio autista con sobrepeso (un primate en el espectro con un índice de masa corporal superior a la media si preferís) que, en ocasiones afirmaba haberse reencarnado tras una apoteósis inusitada, en el dios Matshishkapeu aunque yo siempre sospeché que lo que padecía era un serio e incontrolado problema de aerofagia. Era en aquellas circunstancias cuando me encomendaba a dicha deidad hecha simio con más denuedo puesto que según tenía entendido, la inspiración era un gas intestinal que por error subía hasta el cerebro y ahí se quedaba.

Tech Noir aquella noche…

Cuando me acomodé en mi sitio habitual para pedir un ruso blanco, aunque al final acabara pidiendo un mezcal, en un taburete de patas altas al que tenía que pedir ayuda para subir en una esquina de la barra fue cuando lo conocí. Me dio la terrorífica impresión que sentía al ver el anuncio de Gucci de Jared Leto unida a ese temor infantil que se experimenta por la noche cuando se tiene que recorrer un pasillo a oscuras para levantarse a hacer un pis. Se trataba de un hombre enjuto de edad indeterminada y parecía tomarse un brandy Alexander. Se ofreció amablemente a ayudarme mientras me agarraba con más entusiasmo del que me gustaría y me olía el pelo con profundas aspiraciones. Me dijo que era un conde transilvano que acababa de llegar a la ciudad en un buque llamado Démeter.

Aquel hombre resultó tener una conversación interesante, según pude saber, yo le recordaba a cuando conoció a Lewis Carrol y a James Mattew Barrie en un club de caballeros de Londres mientras relataban sus experiencias jugando al «Ay que te pillo» con enanos mayores de edad que parecían niños de entre seis y diez años que con sus manitas rechonchas y enormes corazones los reconfortaban con ingentes cantidades de amor; también me confesó que su película favorita era Top Gun y que había trabajado como asesor de Brad Pitt en Entrevista con el vampiro.

Tras unos instantes de desconcierto por mi parte en los que lo miré con la incredulidad de un apoplégico, el viejo conde afirmó en medio de una carcajada cruel, seca e hiriente que su «negro» o escritor fantasma si preferís llamado Jonathan Harker había terminado, después de más de quince revisiones, el primer borrador de una neonovelette experimental, no lineal de ochocientas páginas que pretendía ser un retelling de la pinícula A Ghost Story titulado: A Yugo Story escrita en inclusiver; una atípica variedad del lenguaje inclusivo en el que todas las terminaciones inpendientemente del género o la categoría gramatical de las palabras terminaban en «e» para no ofender o discriminar a ningún colectivo y así curarse en salud.

Por lo que pude deducir mientras ojeaba el borrador y el viejo conde me explicaba la sinopsis me recordó bastante a una obra de culto del género fantástico-juvenil titulada Rebelión Roja tanto por su originalidad, su homoerotismo así como por su gran cantidad de errores ortotipográficos en el que un Yugo modelo cuarenta y cinco permanecía eones aparcado en el mismo sitio cuan máquina del tiempo orweliana siendo testigo mudo de las numerosas reencarnaciones, punzadas, estornudos, errores de dicción, hilarantes pérdidas de equilibrio, lapsos de memoria, inhalación de éter y cambios socieconómicos que tenían lugar terminando en un climax previamente anunciado el veintinueve de agosto del año dos mil veintinueve con la toma de consciencia de Skynet.

Yugo-45

En aquel momento de estupor y temblores fui consciente del escaso talento de aquel adorable conde transilvano que sólo aspiraba a la autopublicación y me di cuenta de estar escuchando La calocha, famosa tonada que solían poner en el Tech a aquellas horas. Me recordaba, guardando las distancias y sin ese toque de sutil elegancia que provocaba tantos sofocos, a la magna obra literaria de ficción histórica Canto al amor, que acababa de terminar de leer aunque me resistía a imaginar a Doña Urraca teniendo calocha. Justo en aquel instante se produjo el suceso que marcaría la noche e inspiraría al fin estas líneas. El repentino tiroteo entre lo que parecía un Cyberdine Systems modelo 101 con un sargento de la resistencia perteneciente al batallón Nº 132 que protegía a una chica con cardado Cyndy Lauper mientras le decía: «Come with me if you wanna play ay que te pillo».

A ver cómo acaba esta mierda…

Las balas silbaban a mi alrededor y en menos de de lo que el simio autista con sobrepeso (primate en el espectro con un índice de masa corporal superior a la media si preferís) de la barra tardaba en liberar una ventosidad mal disimulada el viejo conde transilvano saltó de su asiento con la intención de protegerme con su cuerpo al mismo tiempo que ponía en práctica sin mucho disimulo aquello que me había explicado sobre jugar al ay que te pillo. Recuerdo que en el fragor del tiroteo mientras el viejo conde transilvano me protegía, e incluso yo diría que acabó metiéndome la puntica y todo acababa con homoerótico resultado, tuve una suerte de revelación; algún tipo de epifanía que provocó un estallido mental en mil impulsos disonantes. Nadie salió herido, como en El equipo A, por cierto.

¡Qué final!

En aquel momento me sentí renacer como si me hubiera reencarnado en una versión mucho menos mediocre de mí mismo y decidí que ya no me metería a estudiar derecho y escribiría aquel relato sin mucho entusiasmo ni esfuerzo en una vana tentativa de salir de la ciénaga de degradación en la que me iba hundiendo día a día. Así que, llegué a la cándida conclusión de que un instante puede hacerte consciente como a Skynet de la realidad en la que un pie gigante acabará aplastándote o que ésta no es más que un camino de entropía, decadencia y a un final inevitable. Buscad la inspiración, tal vez no resuelva nada pero lo empieza todo.

Quien la pillara


boceto en estilo Post-rafaelista con leyenda

Paseando por la cubierta de botes de un trasatlántico mientras disimulaba ventosidades con cara de haberse bebido el agua de las aceitunas, Rose sustrajo a porfía el cuaderno con los dibujos homoeróticos que Jack acarreaba siempre y sentándose en un banco en el que alguien había grabado con un cuchillo: «amor varonil aquí» y un número de teléfono, Rose comenzó a hojear ávidamente el trabajo de aquel pordiosero que la noche anterior la había salvado de una muerte segura al impedir que cayera por la borda al tratar de ver las hélices siendo recompensado con dos cigarrillos Ducados y un billete de veinte leuros. Rose contemplaba aquellos blancos pliegos y no paraba de repetir asombrada: «Vaya son buenos… Son bastante buenos…»

Dramatización

Entonces Jack le replicaba que no habían gustado mucho en el viejo París. Le indicó el borrador de uno de ellos en el que había plasmado el retrato de un viejo conde transilvano que iba todos los días al bar para echar la quiniela, hablar de Top Gun y contarles como se jugaba al «Ay que te pillo». Siempre iba acompañado de un niño aunque luego descubrimos que era un enano chileno y que era mayor de edad, ya que dudábamos que aquel conde fuera según la clasificación de Hirschfield un andrófilo o tal vez de un efebófilo, pero tan sólo era un depravado que afirmaba: «Si hay pelito no hay delito». Aquel enano chileno, esta bien Rose, persona con acondroplasia chilena llamado Jose Luis Ripollez, me explicó en qué consistía «el beso de Poseidon» mientras se dirigía a mí como «weón culiao» y me entregó una encuesta a cuyo contenido contesté siempre con la opción «C». El caso es que aquel viejo conde transilvano se sentaba en la barra todos los días con sus ropas raídas y su compañero enano chileno conche tu mare esperando a su amante perdido, un escritor fantasma inglés que al parecer lo abandonó por una oveja.

Encuesta en cuestión

Rose permaneció embelesada y tras unos instantes de duda preguntó a su interlocutor si le enseñaría a jugar al Ay que te pillo y Jack le prometió que lo haría.

Entonces Rose se fijó en un dibujo que se repetía del anciano desnudo y le preguntó a Jack si había tenido un romance con aquel conde a lo que éste respondió que sólo con una parte de su anatomía ya que como podía apreciar, tenía unas alas preciosas, lo que hizo que Rose y él dijeran a la vez: «Quién la pillara».

Rose, es: «le coeur de la mer» o «le coeur de la merde».

Horas después, cenaron en primera clase, Jack dibujó a Rose como a su amado conde transilvano en un estilo que los historiadores del arte clasificarían como «Pre-rafaelista», luego bajaron a las calderas a jugar al Ay que te pillo en un Renault último modelo y cuando Jack le había robado a Rose un valioso collar que su prometido pijo le había regalado recibieron la noticia de que el barco se iba a pique.

Su voz


Estaba dotada de esa resplandeciente grandeza de alma que es prerrogativa de belleza. Su voz, lírica e imperecedera, me provocaba cierta fascinación y mientras la escuchaba caí en la cuenta de que estaba a punto de enamorarme.

El color de la cascaruja


«La actitud heróica es el privilegio y la condena de los desintegrados, de los fracasados»

Cioran. En las cimas de la deseperación

Recuerdo que me encontraba con mis dos colegas colgando clase en el jardín del instituto como siempre pidiéndoles que me tiraran del dedo sin mucho éxito. Manteníamos una de esas discusiones intrascendentes que suelen acabar en violentos enfrentamientos como los de las cenas navideñas en los que siempre hay alguien al que le rompen una vértebra y dos dientes.

Yo quería estudiar cirugía ectoplásmica en la Carlos III porque se había hecho indispensable para salvar las no vidas de los soldados fantasma en las guerras dimensionales contra los hombres-bicho cucucuchús y el doctor Amesgaiztoa, mi vecino cirujano ectoplásmico, me había convencido afirmando que se ganaba viruta y que sus pacientes siempre salían adelante, al menos un cuarenta por ciento de ellos pero puede que aquel día algo cambiase o, al menos, algo empezase a cambiar. Recuerdo que todo transcurría entre risas tontas y ventosidades mal disimuladas.

Tras una serie de elucubraciones densas de erudición, la conclusión que sacaba Tommy al respecto era irrefutable. La peli más homoerótica que había era Top Gun o tal vez Entrevista con el vampiro pero yo no le prestaba atención ya que lo hacía como un poeta que se hundía ahogándose en las profundidades de su propio cuñadismo. El silencio de su acento sobrio destruía el despertar, como el soñador que vive de abstracciones en ese amor imposible por las puertas calientes. Como un gemido en las brumas del tiempo, como la galanura de Jordi Mollá interpretando a un libertino bogotano, como darle la vuelta al calcetín que contiene el Universo. Decidí buscar en yiutuif a Carlitos el bailador mexicano hasta que topé por casualidad con el video de un podcast cultural llamado «El color de la cascaruja» en el que estaban leyendo microrrelatos que les enviaba la audiencia para Halloween. Ya habían leído uno de un humancé soviético que alunizó y se devoró a sí mismo y tras terminar una diatriba algo petetesca sobre cómo se reían los lacedemonios acompañada de un chiste demasiado proustiano e impropio de un caballero sobre queso Rochefort leyeron uno que se titulaba: Ay que te pillo.

Días después, descubrí algo que me afectó en aquella época convulsa. El doctor Amesgaiztoa lo había abandonado todo para participar en Master Cheff con lo que perdí toda esperanza y decidí meterme a estudiar derecho. Era como la vela que muere devorada por el insaciable apetito de su amante en un chármant poème d´amour; como la realidad que muere devorada en un mundo ficticio justo ante le passage des thermophyles y las palabras lo hacen presa de la fe. La Comédie humain.

Enfermos de lo efímero y lo precario, la pasión se vuelve mediocridad y la ambigüedad nos hace cómplices de toda la trampa entregándonos a la culpa, destruyéndonos. Tan cierto como que la sangre tiene cobre y Drácula era rumano.

Mis deseos, preñados de optimismo, quedaron sumidos en silencios de forma que no había ilusión a pesar de que todo era azul y sensible a la alquimia de los sentidos; sumida en una pereza trágica, efímera e intangible. En ese tant pis, que diría algún cuñao con nociones básicas de francés, que te lleva a ser desesperadamente consciente de ti misma, desesperadamente sexy.

Ay que te pillo


Querida Mina:
Ya me olía yo la tostada de que ser escritor fantasma en Transilvania no iba a ser mejor que serlo en el sótano de Stifen kin junto a otros doce simios autistas con sobrepeso. Al llegar a la parada del bus me recogió un taxista que estaba escuchando a Fedeguico Joméniz los Góllums y que levaba un cartel en la guantera que rezaba: «prohibido comer y peinarse» pero cuando me di cuenta ya era demasiado tarde, me pasé el viaje discutiendo con él sobre si Ortega Cano era o no nihilista hegeliano y al llegar al castillo del conde, que era sorprendentemente parecido al taxista, me recibió con una cena vegana del Mercadona para a continuación explicarme sus intenciones de autopublicar en Amazon una neo novela experimental no lineal en lenguaje inclusivo o tal vez austrohúngaro sobre unos vampiros que padecían bruxismo nocturno, así como insistir en su idea de que, efectivamente, Ortega Cano ERA nihilista hegeliano.


Mina, mi existencia desde que llegué al castillo es un infierno. No hay internet y el wifi funciona a veces. El conde me obliga a escribir sin permitirme escuchar mi canción favorita: «Madre, soy cristiano homosexual» (sabes que eso es lo que me ayuda a inspirarme) y también me tortura obligándome a sentarme con él para ver la serie de los anillos de poder y la casa del dragón. Después debo comentar cada episodio en un Film de cinema si no intenta convencerme para jugar conmigo al «Ay que te pillo» con erótico resultado.

Ayer el conde me recomendó encarecidamente que no saliera de mis aposentos entre la puesta y la salida del sol puesto que no tenía tarifa plana de luz y podría hostiarme con algún mueble por estar todo a oscuras y tras desobederlo lo sorprendí abusando a la luz de la luna de unos niños cíngaros en unos arbustos que hay bajo mi ventana aunque luego él me explicó turbado que no eran niños, si no enanos mayores de edad y que sólo estaban jugando al «Ay que te pillo» con erótico resultado.

El impostor me ataca y como escritor fantasma entiendo que llamar a las puertas del recuerdo se ha convertido para mí en algo doloroso. Hecho de menos el sótano de Stifen King.

Te quiere, tu Jonathan.

Post Scriptum: Acabo de orinarme en los pantalones y nadie puede ya evitarlo.