
Empezaron con el sutil e inmortal estilo de Jane Austen en la prácticamente perfecta primera temporada manteniendo la esencia en la segunda, la cuál salvó el final que todos conocemos, y derivaron en esta tercera al el edulcorado y previsible estilo de Nicholas Sparks (el babas Ubago de la literatura romántica). Demasiadas piezas que encajar de forma que aunque el resultado no sea malo resulta un tanto forzado.
Haciendo un guiño a la famosa cita de Churchill: “Entre la excelencia y la comercialidad, habéis elegido la comercialidad, y tendréis la pasta”.
¿Por qué no me gustó esta tercera temporada?
Los tres personajes nuevos no aportan mucho al conjunto a no ser que se observen desde el punto de vista de su función específica. Ser “la mala”, dar visibilidad al colectivo no binarie y permitir ese cambio tan necesario en la rígida actitud del señor Grobb.
El personaje de Isaac está desaprovechado. ¡Qué gran villano se ha perdido!. En vez de eso optan por un proceso de “blanqueamiento” con respecto a su papel en la segunda temporada que nos deja un personaje diluido sólo con la piel de cordero que prácticamente pasa desapercibido. Lo mismo con el personaje de Ruby que desaparece a mitad de temporada casi por arte de magia.
Se centran demasiado en desarrollar los conflictos de personajes secundarios que quedaron abiertos de la anteriores temporada como el del señor Groff, el embarazo de Jane, el problema de Amie o Lily.
El personaje de Eric se presenta más apagado y no brilla tanto por su bis cómica.
El personaje de Rahim es, en mi opinión, de lo más interesante tanto por sus escasas pero contundentes apariciones como por su desarrollo, el incidente del autobús y su amistad con Adam.
La historia de Maeve y Otis pierde fuerza y se convierte en un quiero y no puedo que se alarga sin sentido y que nos deja cierta sensación de ¿por qué prolongáis lo inevitable y le dais tantas vueltas?.
No hay villano puesto que Hope, la nueva directora, no alcanza a poseer el carisma suficiente quedándose en una mera burócrata que interpreta el papel de profesor enrollado que al final te la mete doblada y que esconde una persona frágil. Una mujer que se siente presionada y fracasada por una cuestión personal aportando, eso sí, ese toque orweliano que es un punto a su favor.
Final un tanto decepcionante y como digo forzado, casi un Deus ex Maquina, que tiene como único objetivo continuar una cuarta temporada para seguir exprimiendo la gallina de los huevos de oro.
Nos deja ese mensaje de “aprovecha el momento” pero también una extraña sensación de cortada de rollo. En conclusión, ¿Está bien?, sí. ¿Mantiene el ritmo y el tono de las temporadas anteriores?, le cuesta pero sí. Si hay cuarta temporada la veré, sí pero ya no va a ser lo mismo.